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Claribel Alegría cumple 88 años

El 12 de mayo cumplió años una de las más importantes escritoras salvadoreñas: Claribel Alegría. Fue premio Casa de las Américas, Seix Barral y una escritora del Boom latinoamericano. 

Por Jimmy Alvarado







Claribel Alegría nació en Estelí, Nicaragua el 12 de mayo de 1924. De madre salvadoreña y padre nicaragüense, su infancia la vivió en El Salvador a raíz de los conflictos de su padre con los partidarios de Somoza que la obligaron a salir del país donde nació.  



Presenció los eventos de 1932 la masacre indígena campesina, el genocidio más grande que se ha dado en la historia de El Salvador, realizado por cuerpos de seguridad. Este evento marcó a la escritora, y lo relató en Cenizas de Izalco, obra realizada junto con su esposo, por la que ganó el premio Seix Barral y que la hizo entrar al grupo del boom latinoamericano.



Les invitamos a leer la siguiente entrevista que La Prensa Gráfica realizó a la escritora hace dos años.









No creo que mis pueblos sean felices​


Nació en Nicaragua, pero asegura que si no se hubiera criado en El Salvador, habría sido distinta. Claribel Alegría, la versada literata de 86 años, estuvo unos días en el país para hablar sin miedos sobre Nicaragua y El Salvador. Y sobre lo que la entristece.


Escrito por Una entrevista de Carlos Chávez Fotografías de José Cardona y Víctor Peña
Domingo, 15 agosto 2010 00:00


“Mi patria es El Salvador, y mi ‘matria’ es Nicaragua.” Así empieza por definirse esta canosa literata que, para esta entrevista, toma asiento en un mullido sofá de hotel. Viste un elegante traje púrpura, que contrasta con las perlas y piedras blancas que cuelgan de su cuello y orejas. Su voz es como la de una afable treintañera, pero no, tiene 86 lúcidos años de edad. Tras poco tiempo de conocerla, resulta fácil identificar su muletilla, no deja de repetir: “¡Maravilloso!”

Sin desdibujar sonrisa, dice que desde que vino de Managua, a fines del mes de julio, casi no ha tenido tiempo para descansos. Pero está “maravillada”. Ha visitado amigos añejos y nuevos restaurantes. Y ha atendido a numerosos admiradores, de esos que parecen transeúntes afanados en querer tener algo ella. Aunque sea un autógrafo, un consejo existencial o literario, o una entrevista como esta, donde ella suele explicar que nació en Estelí, un montañoso poblado nicaragüense. Allí, sus padres, una adinerada salvadoreña y un nicaragüense antisomocista, le dieron por nombre Clara Isabel Alegría Vides. Siendo una niña, el famoso educador mexicano José Vasconcelos se acercó a ella y le profetizó que sería una poetiza, pero que debería llamarse “Claribel”, Claribel Alegría.
Claribel parece expresarse tan bien en el lenguaje hablado como el escrito. Con elocuencia, explica que ella es salvadoreña, porque siendo una bebé sus padres se asilaron en Santa Ana, pues en Nicaragua ellos eran opositores de “la invasión yanqui”. Como paradoja, dice que a los 18 años se marchó a Washington para estudiar filosofía y letras. Y que allá conoció a un escritor y periodista gringo, casi de su misma edad, Darwin Flakoll. Con él se casó. Con él viajó por medio planeta, escribió míticos libros como “Cenizas de Izalco”, compartieron amistad con escritores como Benedetti y engendraron cuatro hijos. Dos de los cuales la acompañan en esta visita a El Salvador.

Ellos manejan la logística que requiere la visita de Claribel. Una visita enmarcada por tres razones que tienen destellos de civismo y algo de glamour. La estatal Secretaría de Cultura la invitó a ser uno de los platos fuertes de un “Encuentro internacional de escritores”. Además, en Santa Tecla inauguraría una organización, sin ánimos de lucro, que pretende darle envión a la literatura, la Fundación Claribel Alegría. Y en el auditorio del Museo Nacional David J. Guzmán, el Gobierno chileno la distinguiría con la Orden Gabriela Mistral, en grado de comendador.

En medio de este atiborrado itinerario, Claribel parece incapaz de malhumorarse. Sonríe y habla de todo. Que es feminista. Que le encantan los tamales salvadoreños. O que continúa escribiendo, poesía. Sin embargo, Claribel también se aseria. Dice que sus dos pueblos son Nicaragua y El Salvador, y que a su edad sigue soñándolos felices, “pero no creo que lo sean”, se queja de la violencia local y del “orteguismo”. Para esta escritora —una de las grandes— lo que importa es que uno diga su verdad.
¿Claribel, se puede saber su edad?

¡Claro, 86!.

¿Siendo una escritora consagrada le resulta difícil o fácil el proceso de escribir?
Yo solo pienso en lo que me inspira.

¿Y cuáles son esas temáticas que más la están inspirando?
Sobre todo el amor y la muerte. Últimamente es la muerte, mucho, porque ya siento que se me acerca. Ya 86 años es bastante.

¿Piensa reiteradamente en eso?
Pienso mucho en la muerte, y no le tengo nada de miedo, es otra aventura. Pienso en si no hay nada después de morir, sino solo cenizas. Pero si hay algo —que yo creo que hay algo siempre— será una aventura y estoy curiosa. ¡Estoy curiosa por lo que va a pasar!

A inicios de los años ochenta solía escribir poesía y testimoniales, pero también denunciaba con su voz “las fechorías del Gobierno salvadoreño”.
Eso lo hice mientras viajaba. Me invitaban a viajar por diferentes países, y yo denunciaba esas fechorías. Como persona estaba comprometida, pero mi poesía no ha estado comprometida con nada, con nada. Pero yo, como persona, sí.

¿Quizá por eso su vida fue amenazada aquí?
Yo creo que sí. Cuando empecé a denunciar el asesinato de Monseñor Romero, el de las monjas y el de esto y lo otro, un primo me dijo que no viniera a El Salvador porque me iban a poner presa o a matar, y él no estaba dispuesto a defenderme. En ese tiempo, creo que él era ministro de Defensa, no estoy segura.

¿Quién le dijo que podía morir si regresaba?
Fue un primo, el general Carlos Vides Casanova.

¿Y ha defendido su visión política, o de conciencia social, a través de su literatura?
Yo jamás voy a hacer un poema político o un poema de denuncia. Algunos creen que mis poemas son políticos, pero en realidad son poemas de amor a mi pueblo, extraídos de algo que me ha impactado. Como me impactó esa güira (muchacha) que se quedó trabada entre dos rocas del río Sumpul al tratar de huir del Ejército, y que fue publicada hace años en los periódicos. Eso me impactó. Allí sí escribí poesía, pero no porque quería denunciar algo. Para la cuestión de denuncia escribí, junto a mi esposo, como seis o siete libros testimoniales.

¿Qué grado de influencia tuvieron sus padres en la formación de su visión política?
Mi padre era nicaragüense. Y cuando yo nací, en 1924, en Nicaragua, mi padre era un acérrimo enemigo de los yanquis. En esa época, los yanquis ocupaban Nicaragua. Mi padre hablaba mucho contra eso, y ellos amenazaron su vida. Entonces nos vinimos para El Salvador, yo tenía apenas nueve meses. Pasé mi infancia, mi niñez y mi adolescencia en El Salvador. No me sentí exiliada, pero oía a mi padre, un sandinista, que pese a que amó mucho a este país estaba con su corazón puesto en Nicaragua. En 1934, cuando asesinaron a Sandino, mi padre se hizo un completo antisomocista, a tal grado que él no podía regresar a Nicaragua porque corría el riesgo de ser puesto preso o asesinado. Eso tuvo mucha influencia en mí.

¿Y su mamá, una salvadoreña, no tenía inquietudes políticas?
Mi madre era una mujer muy culta, muy refinada. Pero ella no fue nada política, salvo que siempre estaba del lado de los pobres. Cuando ocurrió la matanza de Izalco, en 1932, ella estaba horrorizada, y entonces estaba en contra de lo que hacía el general Maximiliano Hernández Martínez.

En otra entrevista, una de 1997, usted expresó estar preocupada porque Latinoamérica se iba “derechizando” cada vez más. ¿Cómo ve hoy a Latinoamérica, cuando algunos dicen que ocurre lo contrario, que se va “izquierdizando”?
Yo ahora no estoy contenta, por ejemplo, con lo que pasa en Nicaragua.

¿No está contenta?
¡Ya no, en lo absoluto! Ya no es sandinismo, es “orteguismo”.

¿Esta izquierda no es la misma que la ilusionaba antes?
¡Exactamente, exactamente! Ahora ya no sé, porque esto que antes se decía izquierda, ahora me ha desilusionado mucho. Mi postura es que quiero que existan más programas de salud, quiero más programas de educación. Quiero más bienestar para mis pueblos. No quiero más guerra, porque ya he visto cuántos mueren y para nada, sino hay que ver la guerra de El Salvador. Si va a haber una revolución, que sea una revolución a lo Gandhi, una pacífica. Pero yo estoy al lado de mi pueblo, y lo voy a estar siempre.

¿Cómo ve el futuro de Nicaragua, cree que su inestabilidad política es crónica?
Sí, hay una gran inestabilidad política. Ahora mismo hay el temor —y creo que es muy bien fundado— de que Daniel Ortega se reelija. Y eso no está bien, eso no es democracia, esto se va convirtiendo en dictadura.

¿Y esto lo sigue denunciando dentro y fuera de Nicaragua?
Sí, yo hablo la verdad. Si me hacen una pregunta, hablo la verdad. No me importa cuáles sean los resultados. Puede que esté equivocada, pero hablo mi verdad. Yo estoy al lado de mis pueblos, y mis pueblos son El Salvador y Nicaragua.

¿Qué hubiera sido de Claribel Alegría sin El Salvador que le tocó vivir?
Creo que no hubiera existido “Cenizas de Izalco”, por ejemplo. Tampoco hubiera existido esa conciencia. Yo tenía siete años cuando ocurrió la matanza de 1932, pero un niño no es un tonto tampoco… Nunca viví en San Salvador, sino en Santa Ana, esa es mi ciudad. Allí tenía una nana, que era una india de Izalco, Chus. Como vivíamos cerca de la Guardia Nacional, veíamos que todos los días traían a los campesinos amarrados por los pulgares, “haciéndole el bendito al culo”. Y en las noches, oíamos disparos. Chus nos decía “esos hombres que usted vio ayer son los que han matado a disparos”. Eso me marcó. Yo creo que si no hubiera estado en El Salvador, hubiera sido distinta. Lo de 1932 me marcó, y yo no sé, traté con todas mis fuerzas de denunciar la injusticia.

También ha denunciado injusticias contra la mujer, ¿se considera feminista?
Sí, soy feminista, pero no fanática. Quiero los mismos derechos para el hombre que para la mujer.

¿Y qué opinión tiene del aborto, por ejemplo?
Con el aborto terapéutico estoy totalmente de acuerdo. Yo pienso que si está peligrando la vida de una mujer, ¿cómo no vas a querer un aborto terapéutico? Con la otra clase de aborto, depende. Cada una es dueña de su cuerpo.

¿Qué le ha significado ser mujer y escritora en Latinoamérica?
Al principio fue más difícil, sobre todo el ser poeta. Nos creían un poco locas, un poco chifladas, comunistas, un montón de cosas. Pero tuve la gran suerte de casarme con un hombre para nada machista.

¿Claribel, de qué cosas la ha salvado la literatura?
Me salvó de 1995, cuando murió mi marido, Darwin Flakoll o “Bud”. Él era un ser extraordinario, con él que yo viví 47 años de mi vida. A su muerte pensé que nunca más volvería a escribir. Y pasé seis meses sin escribir. Caí en depresión y vino la poesía a mi rescate. Allí fue cuando escribí ese libro que se llama “Saudade”, que es una palabra muy bella.

¿En portugués, saudade significa añoranza, cierto?
Significa eso: añoranza, nostalgia, soledad… No tenemos nosotros una cosa que resuma todo eso tan bien como saudade, y parece que la Real Academia de la Lengua Española ya la incluyó en sus páginas.

¿Y cómo conoció a Darwin Flakoll, su esposo estadounidense?
En la Universidad George Washington. A los 18 años yo me fui de aquí a estudiar a Estados Unidos, allá estudié filosofía y letras.
¿Y terminó esa carrera?
Sí, y ya estaba embarazada cuando terminé.

Entonces debe hablar y escribir también en perfecto inglés…
¡Claro, claro! Hice todos mis estudios universitarios en Estados Unidos, y luego me casé con un norteamericano, así que bueno…
Flakoll era periodista, ¿cuál fue la virtud y el defecto de vivir junto a un periodista?
¡Fue una maravilla! Él me apoyaba en todo, los libros de testimonio los escribimos juntos. Y allí él fue el piloto y yo la copilota. Y yo lo seguía porque él era periodista, entonces sabía más cómo armar los libros de testimonio, sabía más de ese género. Cuando decidimos escribir “Cenizas de Izalco”, nos tirábamos los platos. Casi se nos hunde la novela, pero nos sentamos una noche a conversar, acordamos ser humildes y salvarla. ¡Fue una vida demasiado maravillosa! ¡“Bud” fue cómplice y no fue machista!
¿Hace cuánto murió él?
Hace 15 años, figúrate… ¡15 años!
Me gustaría saber más de Claribel Alegría, algo que se aleje de sus sinopsis biográficas o críticas literarias, por ejemplo, ¿últimamente qué le gusta leer, lee periódicos?
Sí, leo lo titulares. Si el titular me gusta, leo el artículo; si no, no. Yo siempre leo, y nunca me puedo ir a dormir sin haber leído un poema.

¿Cree en Dios? Quizá es una mujer religiosa…
Soy una mujer religiosa, pero a mi manera. Es decir, no práctico religión. Yo hago oración, pero yo sola. No voy a misa.
¿Y sabe cocinar?
Claro que sí, pero ahora ya no cocino.
¿Tiene algún platillo favorito?
Aquí, en El Salvador, hacen los tamales más deliciosos del mundo entero ¡Qué maravilla! Los tamales de sal, los tamales de azúcar, los tamales de cambray… Y hay unos chiquitos que no recuerdo cómo se llaman ¡Ay, los tamales me encantan! Ja, ja, ja. Los lorocos me fascinan, me vuelven loca los lorocos.

¿Cuál es su color favorito?
El azul.

En su literatura se reitera el árbol de ceiba, ¿por qué lo ha hecho casi su símbolo?
¡La ceiba es una maravilla! La ceiba es muy importante en mi poesía. En Santa Ana, cuando era una niña, había una ceiba frente al parque Colón. Yo me quedaba maravillada con ese tronco, esas ramas. Cuando me fui del país, a los 18 años, yo me fui a despedir de esa ceiba. La ceiba es un símbolo no solo de El Salvador, sino de Centroamérica. Y te revelo un secreto: ahora tengo una ceiba en mi casa de Managua. Es una ceiba enana que mi hijo me regaló hace cuatro años. ¡Ay, la tengo en mi casa, figúrate! Yo la podo, yo la riego, yo le hablo…
¿Cuál es el momento inaugural de Claribel Alegría en la literatura?
Siempre me gustó escribir y leer, claro, desde que aprendí a hacerlo, en mi niñez. Pero creo que el momento inaugural fue cuando leí a Rainer Rilke y su obra “Cartas a un joven poeta”. Lo leí dos o tres veces, y allí me di cuenta que lo que yo quería ser era ser poeta. Y empecé a hacer poesía, a escribirla todos los días. El momento inaugural de mi narrativa fue mucho después, fue cuando nacieron mis hijas. No tenía dinero para que alguien las cuidara y empecé a escribirles cuentos infantiles, ese fue el momento inaugural de mi narrativa.
¿Claribel, a sus 86 años de edad, tendrá algún temor o miedo que no haya logrado vencer aún?
Sí, tengo uno. No te voy a mentir, tengo el temor, por ejemplo, de que me dé un derrame y quedarme como un vegetal. Yo quisiera pasar de un sueño al otro. Quisiera quedarme dormidita y de repente despertar en otra dimensión.
¿Cuánto se acerca Claribel Alegría al internet?
No demasiado, no demasiado... Mira, recibo innumerables correos. Las mañanas me las pasó revisando mi correo; lo que no me gusta, no me gusta, y no lo contesto. Y lo que tengo que contestar lo hago inmediatamente, porque sino se me olvida.
Pero maneja el Facebook…
¡Ya no me gusta, ya no me gusta! Yo no hago chat tampoco. Y me han invitado a una cosa que se llama Twitter, y no. Yo todo eso lo rechazo, sino toda mi vida estaría consagrada a eso.
¿Tampoco lee blogs literarios?
Tampoco. No lo hago porque tengo mucho que hacer. Y ya me quedan pocos años de vida.

El sueño de un escritor es ser publicado con la garantía de ser leído. Y usted acumula más de 30 títulos que han sido doblados a varios idiomas…
¡Demasiados libros! Pude haber prescindido de un montón…
¿Cómo escritora tendrá algún sueño por cumplir?
Fíjate que he sido muy dichosa… He tenido unos padres maravillosos. Un marido excepcional. ¡Unos hijos lindos, que me quieren! Pero tengo un sueño personal que no se me ha cumplido. Ese es ver a mis pueblos felices. Yo no creo que sean felices, para nada… En Nicaragua ya te digo lo que pasa y en El Salvador hay mucha violencia.

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